Por: Juan Mauricio Piñeros
Un conocido humorista colombiano, adulto contemporáneo, autor de un show de stand up comedy cuya versión casera en DVD se convirtió en un “hit” absoluto en gran cantidad de hogares colombianos, lanzaba en una de las partes más recordadas de su presentación, una máxima de bastante impacto; sobre todo para padres o individuos adultos que ya empiezan a adquirir esa condición psicológica sin serlo todavía.
“Todo hijo está un estrato por debajo de sus amigos y dos por encima de sus padres”
Esta frase está expresada en términos tan colombianos -sobre todo por la referencia a los estratos socioeconómicos tan enraizados en la vida de nuestro país- que podría llegar a ser difícil de interpretar literalmente por un ciudadano de otro continente; sin embargo, en esencia, capta hábilmente esa reacción de indignación y desconcierto que expresa un adulto al sentir su espacio y concepción del mundo amenazados irrespetuosamente por las palabras o las actitudes irreverentes de un adolescente. Y esa en cambio, si es una actitud totalmente universal, fácil de entender por cualquier adulto del mundo.
Cierro la la tapa del libro titulado El marino que perdió la gracia del mar, y siento una angustia que antes no había percibido, o mejor dicho, la reacción opuesta de algo que alguna vez sentí, pero que ya había olvidado con el paso del tiempo; se trata del profundo desprecio que sentí en mi adolescencia por las actitudes de los adultos cercanos, seres irracionales y ridículos que se desgastaban en discusiones, tratando de convencerme de cosas en las que yo nunca hacía la más mínima concesión, para después, con frustración cerrar sus recriminaciones esbozando un reiterativo: “...Tranquilo que algún día usted se dará cuenta de...”.
Bueno, pues creo que hoy, en medio de una reacción catalizada por el libro de Yukio Mishima, ha llegado finalmente el día en que debía darme cuenta de…
Una aparente e incluso convencional história de amor entre Ryuji un marino que decide dejar vida en el mar por su amor hacia Fusako Kuroda, una joven viuda que gerencia una exclusiva tienda de artículos de moda en la ciudad de Yokohama; se transforma cruelmente en un evento patético y reprochable bajo la implacable mirada de Noboru, un adolescente iconoclasta y precoz, respaldado por su pequeño combo de amigos, hijos de otras familias acomodadas, con ideas radicales y liderados por un pequeño “Jefe”, psicópata en ciernes.
Para ellos, el esfuerzo de Ryuji al aspirar en convertirse en esposo y padre adoptivo de Noboru, no es sino otra acción indigna, una muestra más de la bajeza exhibida por ese bando enemigo y despreciable llamado “padres” del que no se pueden esperar sino torpezas.
“...Los padres son las moscas de este mundo...Harían cualquier cosa para contaminar nuestra libertad y nuestras facultades. Cualquier cosa para proteger las sucias ciudades que han construido para sí mismos...”
A medida que avanza la lectura, muchos eventos o acciones que alimentan la narración, en un principio sin muchas pretensiones, van adquiriendo un valor simbólico que encuentra su máxima expresión en el final de la novela. Así por ejemplo, está la firme convicción de Ryuji de ser poseedor de una existencia destinada a la obtención de una gloria especial, persigue entonces a lo largo de su vida una gloria informe, que no conoce y no puede definir; búsqueda que lo hace lanzarse al mar en su más temprana juventud y gloria que paradójicamente se ve legitimada al ser él el escogido por estos jóvenes asesinos, para un sacrificado humano que lo expirará y lo convertirá nuevamente en un héroe.
Aunque el autor, no entrega pistas del futuro de estos chicos y su perverso jefe, y haciendo las salvedades del caso, creo que su historia y este germen agresivo en sus mentes, podría ser un antecedente perfecto para un más adulto combo de jóvenes ultra violentos y anárquicos que recorren la ciudad vestidos de blanco, con bombín negro y vistiendo suspensorios; son ellos liderados también por un muy convencido “jefe”; en este caso se trata de Alex, el protagonista de la “Naranja Mecánica”, novela inglesa inmortalizada por el cineasta por Stanley Kubrik en 1971.
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