Por: Valentina Duque Vargas


María reflexiona sobre sí misma. Ella es apacible y tranquila, una persona que no se molesta con facilidad. Y luego, con rabia por una reciente riña con uno de sus profesores de la universidad, considera que todo es culpa de Tsugumi.  Y es que Tsugumi, con su carácter altanero e impertinente, parece haber moldeado, sin quererlo, sus rasgos más característicos. María ve en Tsugumi a una diosa arbitraria e imperiosa, de piel lívida, poca carne pero que, sin embargo, es el símbolo del amor y la belleza.

A partir de estas reflexiones, María decide contarnos el último verano que pasó en su pueblo natal, una hermosa villa costera. Sus tíos regentan el Hostal Yamamoto y Tsugumi, aquella diosa, no es más que su prima un año menor que ella; una niña que creció con una enfermedad que amenaza todo el tiempo su vida. Ella y María han sido amigas desde la infancia y su amistad parece unirla un débil hilo que amenaza con romperse.


En esta novela corta, Banana Yoshimoto nos muestra  con suma habilidad el retrato de un pueblito y turístico, acariciado por el mar y sus olores. El ocaso, imagen recurrente a lo largo de la novela, quizá vaticina el momento en que María tendrá que dejar de nuevo su pueblito natal para volver a Tokio. Y mientras describe sus aventuras de verano, nos mostrará la faceta más humana y carnalizada de la Tsugumi; su encuentro con el amor y la lucha con su enfermedad.

Sin embargo, No recomiendo la novela de Banana Yoshimoto. El final es decepcionante y el desarrollo se atiene a la descripciones de aquel pueblo y de Tsugumi que, aunque bien logradas,  no trasmiten nada extraordinario. La elección de María como narradora tampoco parece, a mi juicio, muy acertada. Mientras el relato pretende centrarse en Tsugumi, conocemos también a María, pero su personalidad y sus motivaciones no suscitan ningún interés. Son poco importantes. En la novela, a fin de cuentas, no pasa nada.
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Yoshimoto Banana. 1989. Tsugumi. Traducción de Albert Nolla y Bibiana Morante.

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