Por: Miguel Angel Triana
Algunos dirán que el tiempo nos despega del insaciable deseo del mundo; pero eso está muy lejos de ser cierto si pensamos en la condición humana, en aquello que no deja de ser. Más allá de las jugadas perpetuadas por Cronos el hombre se resiste a dejar lo que fue y se rehúsa a ver lo que será. Yasunari Kawabata, de manera magistral, nos introduce en la nostalgia inherente a la vejez. Su libro, “La casa de las bellas durmientes” nos sumerge en la complicada situación que implica sentir el despojo de la juventud y anhelarla tanto que solo interesa reproducir su sensación, así sea a través de un servicio peculiar; dormir junto a jóvenes sedadas, sin ninguna otra intención que sentir la brisa de juventud que ellas emanan. De esta forma, Eguchi - el personaje principal - puede rememorar a aquellas mujeres que formaron parte de su andar por la vida y nos ofrece sus concepciones sobre el deseo, la belleza, el amor, la vida y la muerte y todo aquello que hace parte de la experiencia de la existencia.



Este protagonista no es un tipo pasivo, desea flanquear, permear a aquellas núbiles damas, mas todo es inútil, las leyes del lugar no lo permiten y ellas se encuentran igualmente lo suficientemente sedadas para que ni siquiera el ímpetu enardecido de Eguchi puede hacerlas reaccionar. El modo en que Kawabata relata las vivencias de Eguchi hace de las páginas de este libro una oda a la sensualidad. Los olores, las formas, las percepciones de distinta índole van acompañadas de remembranzas, actúan como catalizadores de aquellos recuerdos significativos para el personaje principal y proponen un ambiente propicio para la contemplación del lector. El aclamado nobel japonés ha plasmado en su escrito la inquietante dualidad que existe en la mente del anciano entre lo que fue y lo que es.  Es una gran obra digna de ser leída y meditada en toda su extensión.

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