Por: Génesis Natalia Tobón Becerra

“En su interior no hay nada, solo un vacío que se extiende” (Kawakami, 2000) En un intento de aviso pos mortem, el libro finaliza con esta frase que, de haber sido el epígrafe, lo hubiera resumido perfectamente. Vacío, vacío es lo que te deja un libro como este. Un libreto no tan extenso, carente de toda emoción y riqueza literaria, donde se siente una fuerte intimidad con la mujer que nos cuenta su historia de vida cuando entra en ella un hombre mayor. Sin embargo, es un intimar con un personaje adolescente que no tiene nada claro ni seguro. Sin lugar a dudas, no se trata de la voz de una mujer que va llegando a los cuarenta, sino de una niña insegura. Narración poco profunda donde lo más destacado suele ser la gastronomía nipona y la vestimenta de los personajes.

Teniendo en cuenta que se trata de una escritora que carga sobre sus hombros el peso de una larga e ininterrumpida tradición literaria ­¾como lo es la japonesa¾, Hiromi Kawakami, a mi parecer, intenta revolucionar lo anteriormente escrito y se lanza al estrellato con una obra no muy a la altura de las de sus predecesores. La historia gira entorno a una mujer de aproximadamente 38 años que se reencuentra con su antiguo profesor de secundaria (Harutsuna Matsumoto). Entre encuentros accidentales y charlas aparentemente casuales, Tsukiko se va de a poco enamorando de su sensei, hasta tal punto de sentir celos de una sombra muerta en el pasado. Matsumoto es un hombre mayor, mucho mayor que ella, quien está lleno de resabios y costumbres adquiridas con los años, las cuales muchas veces su alumna no alcanza a entender del todo. Y en cuanto a ella ¾y esto es en lo único que concuerdo con el libro en sí¾ es una niña atrapada en un cuerpo de treinta y muchos años. Sus actitudes, su modus operandi ante las situaciones, sus conversaciones monosilábicas y, sus mismos sentimientos hacia el maestro, ¾o al menos la forma en que los materializa en palabras¾ denotan una edad mental mucho menor, o bien una falencia profunda en la construcción del personaje.

Si algo queda para rescatar de la novela es tal vez el intento de intimidad que quiere lograr Kawakami al presentarnos a un personaje que habla desde sí mismo e intenta exponer todos y cada uno de sus pensamientos y sentimientos ante lo que le pasa. También el esmero que pone al describir la vestimenta de los personajes es algo que merece cierto merito, aunque no se deje en claro con qué propósito se menciona lo desarreglada que va Tsukiko a su cita, puesto que esto no le trastorna la psiquis en absoluto. La historia en general tiene una trama interesante, ¾a quién no le intriga cuánto podría llegar a durar una relación así, e incluso todos sus altibajos¾ debido a la cierta incertidumbre que tienen los protagonistas a la hora de hablar de sus sentimientos y de fijar sus encuentros furtivos en la taberna de siempre. No obstante, es un relato que no avanza. Los dos primeros tercios de la novela son solo un preámbulo ¾algo extenso a mi parecer¾ de la verdadera acción, la que sucede ya para el final, cuando Tsukiko y el maestro deciden empezar una relación formal.
 A pesar de la dilatación que hizo de esta buena historia una lectura plana y aburrida, el final es algo que definitivamente vale la pena aplaudir. A lo largo de todo el libro la voz del personaje suena enteramente superficial; sin embargo, cuando algo realmente serio la golpea y le toca el alma, Tsukiko saca de adentro aquello que aprendió durante sus 38 años de experiencia en este mundo. Muestra su verdadera cara, un perfil maduro y entendido de la vida, que pasa por el vacío de la pérdida y lo materializa en un objeto común y sencillo como lo es un simple maletín. Un final completamente predecible, pero que de la mano de Hiromi Kawakami, se siente único, pues te sacude el mundo en un instante con la presión de un vacío aplastante e inevitable.
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El cielo es azul, la tierra blanca
Hiromi Kawakami
Traducción de Marina Bornas Montañas
Editorial Acantilado, 2009


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