“En
su interior no hay nada, solo un vacío que se extiende”
(Kawakami, 2000) En un intento de aviso pos mortem, el libro finaliza con esta
frase que, de haber sido el epígrafe, lo hubiera resumido perfectamente. Vacío,
vacío es lo que te deja un libro como este. Un libreto no tan extenso, carente
de toda emoción y riqueza literaria, donde se siente una fuerte intimidad con
la mujer que nos cuenta su historia de vida cuando entra en ella un hombre
mayor. Sin embargo, es un intimar con un personaje adolescente que no tiene
nada claro ni seguro. Sin lugar a dudas, no se trata de la voz de una mujer que
va llegando a los cuarenta, sino de una niña insegura. Narración poco profunda
donde lo más destacado suele ser la gastronomía nipona y la vestimenta de los
personajes.
Teniendo en cuenta que se trata de una
escritora que carga sobre sus hombros el peso de una larga e ininterrumpida
tradición literaria ¾como lo es la japonesa¾,
Hiromi Kawakami, a mi parecer, intenta revolucionar lo anteriormente escrito y
se lanza al estrellato con una obra no muy a la altura de las de sus
predecesores. La historia gira entorno a una mujer de aproximadamente 38 años
que se reencuentra con su antiguo profesor de secundaria (Harutsuna Matsumoto).
Entre encuentros accidentales y charlas aparentemente casuales, Tsukiko se va
de a poco enamorando de su sensei,
hasta tal punto de sentir celos de una sombra muerta en el pasado. Matsumoto es
un hombre mayor, mucho mayor que ella, quien está lleno de resabios y
costumbres adquiridas con los años, las cuales muchas veces su alumna no
alcanza a entender del todo. Y en cuanto a ella ¾y esto es en lo
único que concuerdo con el libro en sí¾ es una niña
atrapada en un cuerpo de treinta y muchos años. Sus actitudes, su modus
operandi ante las situaciones, sus conversaciones monosilábicas y, sus mismos
sentimientos hacia el maestro, ¾o al menos la forma en que los
materializa en palabras¾ denotan una edad mental mucho menor, o
bien una falencia profunda en la construcción del personaje.
Si algo queda para rescatar de la novela
es tal vez el intento de intimidad
que quiere lograr Kawakami al presentarnos a un personaje que habla desde sí
mismo e intenta exponer todos y cada uno de sus pensamientos y sentimientos
ante lo que le pasa. También el esmero que pone al describir la vestimenta de
los personajes es algo que merece cierto merito, aunque no se deje en claro con
qué propósito se menciona lo desarreglada que va Tsukiko a su cita, puesto que
esto no le trastorna la psiquis en absoluto. La historia en general tiene una
trama interesante, ¾a quién no le intriga cuánto podría
llegar a durar una relación así, e incluso todos sus altibajos¾
debido a la cierta incertidumbre que tienen los protagonistas a la hora de
hablar de sus sentimientos y de fijar sus encuentros furtivos en la taberna de
siempre. No obstante, es un relato que no avanza. Los dos primeros tercios de
la novela son solo un preámbulo ¾algo extenso a
mi parecer¾
de la verdadera acción, la que sucede
ya para el final, cuando Tsukiko y el maestro deciden empezar una relación formal.
A
pesar de la dilatación que hizo de esta buena historia una lectura plana y
aburrida, el final es algo que definitivamente vale la pena aplaudir. A lo
largo de todo el libro la voz del personaje suena enteramente superficial; sin
embargo, cuando algo realmente serio la golpea y le toca el alma, Tsukiko saca
de adentro aquello que aprendió durante sus 38 años de experiencia en este
mundo. Muestra su verdadera cara, un perfil maduro y entendido de la vida, que
pasa por el vacío de la pérdida y lo materializa en un objeto común y sencillo
como lo es un simple maletín. Un final completamente predecible, pero que de la
mano de Hiromi Kawakami, se siente único, pues te sacude el mundo en un
instante con la presión de un vacío aplastante e inevitable.
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El cielo es azul, la tierra blanca
Hiromi Kawakami
Traducción de Marina Bornas Montañas
Editorial Acantilado, 2009
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