Por: Valentina Duque Vargas

Con la excusa de escuchar las campanadas del nuevo año, Oki Toshio, casado y con dos hijos, decide viajar a Kioto a reencontrarse con un amor de su pasado: Otoko Ueno, quince años menor que él, una pintora reconocida. Lo bello y lo triste es una novela que, aunque corta, trasmite la sensación de un lento suceder. Yasunari Kawabata nos revela poco a poco la vida de los personajes en una remembranza constante del pasado, en duelo con el recuerdo y la melancolía.

Lo bello:
Sencilla y al punto, Kawabata elabora imágenes de paisajes; una geografía casi turística de Japón. La escritura se vuelve apacible a través de ellas. Sea este quizás el recurso más característico de la literatura oriental. Un ejemplo clave es la manera de intitular los capítulos y cómo estos alegorizan lo que sucede con los personajes.

A diferencia de las narraciones occidentales, aquí ocurre un relato con muchas curvas; como una línea ondulante que se bifurca de manera constante y estos hilos, más que entretejerse, emergen independientes, sin motivos que los justifiquen. Lo que sucederá después podrá ser algo distinto, aunque no del todo inesperado, ya que la historia se sostiene. La sensación general será una armonización de lo cotidiano, en donde no solo la geografía, sino la cultura y las festividades adquieren su propio protagonismo. Este es otro aspecto destacable de la literatura nipona en general, y de Lo bello y lo triste en particular.

Lo triste:
Sin embargo, debo decir que la historia no logra hacer que el lector simpatice con los personajes. Cada capítulo se ciñe a alguno; la tercera persona hablará por él y sentirá por él, con la desventaja de que las imágenes alegóricas se tornarán repetitivas (el atardecer, por ejemplo). Oki y Otoko son seres sensitivos, escritor y pintora. Sin embargo, no se marca una diferencia en la interpretación de las imágenes visuales para ambos, dando la sensación de que estos personajes son planos, que sienten lo mismo y que, de hecho, es la naturaleza la que siente por ellos.

Los personajes rompen con la moral, otro tema recurrente en la literatura japonesa. En este caso,  se desarrolla la relación entre una persona mayor y una joven. Aun así, el narrador maneja ciertos estereotipos en su idea del sexo y del amor. Por ejemplo, algunas escenas y pensamientos de los personajes parecen apelar a un deseo morboso de comentar o mostrar ciertas situaciones. La relación, por ejemplo, entre Keiko y Otoko es artificial. Si bien Keiko podría ser lesbiana, Otoko ¾más apegada a una relación afectiva que romántica¾ no parece serlo y, sin embargo, el autor la utiliza y compara unas experiencias sexuales actuales con unas pasadas, justificando estas descripciones como la reflexión de Otoko acerca de “dañar el recuerdo de Oki”. En realidad, se vulnera la melancolía de este personaje. Otro ejemplo es la comparación de Oki entre las amantes japonesas y occidentales, y otro es la prohibición que excita al hombre (en este caso, los senos de Keiko).

La personalidad de los personajes trata de justificarse remontándose a un libro, utilizado ¾de forma poco concluyente¾ para enumerar una suerte de características y sucesos que no coinciden con los personajes actuales, que no se refleja en ellos. Tampoco parecen tener carácter para cuestionar su alrededor. Un ejemplo claro es lo que sucede cuando Taishiro, estando con Keiko, habla con su madre por teléfono. O Fimuko, pintada como una mujer celosa sin justificación en el libro escrito por Oki, acepta sumisa esta interpretación e incluso se lamenta de serlo: ¡nada más penoso! Oki y Taishiro, son envenenados por la seducción de la arpía, como si la excitación les tapara los ojos.

Otro asunto es que el narrador introduce a la fuerza la información por medio de los diálogos directos de los personajes. Por citar algunos ejemplos: el lesbianismo entre Otoko y Keiko es mencionado por primera vez por Oki. El amor eterno de Otoko es mencionado por primera vez por Keiko. En ambos casos nunca hubo una situación particular dentro de la novela que motivara estas percepciones, sino hasta después de haber sido mencionadas por alguno de los personajes.

El personaje de Keiko raya el cliché japonés y recuerda al típico personaje de anime “kawaii” e inocente que llora y sufre pero que al mismo tiempo disfruta: masoquista e irresistible, melodramático y excéntrico. Pareciera un personaje central cuyas acciones son la línea conductora que elabora los hechos dramáticos; pero es en realidad un personaje telenovelezco y arquetípico puesto como “fan service”: opaca el pasado y el presente de los personajes que deberían de importar.
Se rescata al personaje de Otoko, quizás el más fidedigno de la novela. Ella, una mujer que debería ser apasionada ¾como se presume de las situaciones ocurridas en su juventud¾ no se expresa más que como una mujer de corazón arrugado y ensombrecido. El reencuentro con Oki no trasmite nada. De hecho, por su personalidad se asumiría que este personaje o bien debería haberse buscado la muerte o buscado a Oki, y no ese punto límbico intermedio. Resulta triste y es quizá el quid de la novela el que Otoko sea alguien enamorada de los recuerdos.

Con todo, vale la pena leer Lo bello y lo triste, escrita por este reconocido autor. La lectura es amena y fluida. Suceden algunas redundancias en la redacción, pero bien podría ser debido al traductor. Las imágenes son limpias, claras y evocan bellos y mágicos paisajes, recordando a un Japón de antaño. Quizá esto sea lo más rescatable de la novela para a aquellos a quienes les fascina la cultura nipona, que con soberbia Kawabata logra explotar en todas sus novelas. 
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Fuente: Kawabata, Yasunari. 1964. Lo bello y lo triste. Traducción del inglés: Nélida M. de Machain.

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