Por: Claudia Marcela García Gamboa
“Noboru y la madre, la madre y el
hombre, el hombre y el mar, el mar y Noboru...” Esta imagen sagrada, tal como se
ha de nombrar en el texto, es la que Yukio Mishima utiliza para dar inicio al
intrincado triángulo en El marino que
perdió la gracia del mar, sumergiéndonos de nuevo en su visión de belleza,
heroísmo, destrucción, sensualidad y vida.
Ryuji, el marino que durante toda su
carrera no ha deseado otra relación ni compañía más que la del mar, renuncia a
la concepción de un propósito memorable, de una muerte gloriosa, a cambio de un
romance con Fusako, madre de Noboru, viuda y dueña de una tienda de prestigio,
que reúne en sí misma la aceptación sin protestas de la ocupación occidental.
No obstante, la pérdida de ese sacralizado ideal que Noboru veía en él –de su
domesticación, del “hedor de la muerte” obtenido con la vida en tierra– crea el
contrapunto en la narración.
La complejidad del ser humano, sus posturas
ante los demás, la exclusividad de sus pensamientos y lo paradójico de sus
acciones son tópicos que no dejan de estar presentes en la escritura de Mishima
y, más que conducir la historia por derroteros de lo repetitivo, son aspectos que logran convertirla en un nudo
de relaciones, imágenes e impresiones que tanto como representan el mundo
interior, igualmente lo hacen con la situación histórica y cultural de una
época.
El
marino que perdió la gracia del mar presenta una lectura
violenta y alarmante para las almas más impresionables –logro siempre
destacable en la obra de Mishima– y que
encierra sin embargo una innata capacidad para atraernos inevitablemente
hasta su término. Frío y poético es el tono con el que el escritor nipón nos
hace partícipes de esta novela, cediéndonos el papel de observador, presente en
los episodios apasionados y turbulentos, sin dejar acercarnos demasiado a los
personajes, pero sin llegar a verlos como algo menos que la pura realidad.
“La gloria, como todo el mundo sabe,
tiene un sabor amargo” y así mismo lo tienen las escenas finales en Mishima. El
punto álgido de la novela, el momento en que se prevé retornar a lo heroico y
se crea una perfecta sincronía entre la añoranza de algo que pudo ser y lo que
sucederá, se corta con una estremecedora eficiencia —casi con escalpelo— dejando
en suspenso un interrogante frente al cual el lector, con una imaginación ya
oscurecida con el pasar de las páginas, no puede hacer más que especular.
Leer a Mishima termina por ser
desconcertante, como si, enfrentándonos a un acantilado, detuviéramos el tiempo
en el momento justo de saltar, congelando para siempre la sensación de
aventurarnos al vacío sin saber qué nos está esperando en el fondo: la perfecta
puesta en escena de un instante capturado.
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Mishima, Yukio. (1986). El marino que perdió la gracia del mar. Introducción de Fernando Savater. [Archivo PDF] Círculo de lectores S.A. Barcelona, España.
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