Por: Juan Mauricio Piñeros
Hace un par de semanas, mientras me
encontraba sentado en un bus de Transmilenio tratando de avanzar con la lectura
de la novela Confesiones de una máscara;
la música que sonaba por mis audífonos, trajo a mi mente una pequeña y peculiar
asociación. Qué casualidad, justo ahora en esta lectura, y qué casualidad también,
justo ahora con este protagonista, si, todo esto en la misma semana en la que
los noticieros de radio y Televisión se atragantan con la noticia de la muerte
del popular cantante Juan Gabriel, una leyenda que escogió nunca “salir del
closet” de manera oficial.
Debo confesar que muy en la onda de esta
novela japonesa; por muchos años las canciones del cantante mejicano han sido
uno de mis placeres culposos en lo que a gustos musicales se refiere. Y ahora,
en este instante, gracias a un sucesión de pequeños eventos aleatorios, también
se convierten en la mejor banda sonora posible para acompañar las impresiones
del joven Kochan, protagonista del relato, y que escritas en primera persona
hacen gala de una precoz sensibilidad artística, expresada con un desarrollado
sentido de lo trágico, lo romántico y lo masoquista.
Caramba, igual que Juan Gabriel -me adelanto
a pensar- mientras sonrío para nadie, en medio de la aridez del bus que se
acerca a mi parada. Seguramente al hacer esta afirmación, irrespeto la memoria
de Yukio Mishima, el autor del libro; sin embargo como lo dice el mismo
escritor “...lo que escribo no es más que el simple producto de mi deseo de
escribir así...”. Por eso estoy convencido de que a pesar de las grandes
distancias, los años y las diferencias culturales; esas letras de hondo
sentimiento y extrema sencillez, con las que el compositor mejicano fue capaz
de transmitir las vicisitudes de una relación amorosa “unisex”, están hechas
del mismo material que la novela que leo ahora. Aún más, no me cuesta mucho imaginar
a un pequeño escolar en Ciudad de Juárez sometido las tribulaciones de un amor
platónico o con las mismas inquietudes acerca de su identidad sexual que el
protagonista de Confesiones de una máscara.
A través del prisma de Mishima, una
intrascendente escaramuza infantil previa a la formación matutina del colegio,
se convierte en una potente oportunidad para ahondar en los recovecos del amor
y la pasión humana. Con esa misma intención, él construye todas las situaciones
que aparecen en sus páginas, tratando insistentemente de desenredar eso que en
algún párrafo describe como “...esa obligación extraña a lo que la gente le
llama vida...”.
Cuando ya iba por la mitad del libro, mi “playlist” musical hace varias horas
había dejado atrás las letras del baladista, para convertirse en un extraño “crossover” de música plancha y salsa de
la Fania All Stars. Entonces Kochan
ya maduro, contraataca con una ambigua relación heterosexual, con la que ahora
sí, Mishima logra arrastrarme totalmente en su remolino de absurdos pasionales.
Juro haber sentido más pánico que el mismo protagonista al leer esa carta en la
que le urgen confirmar su compromiso matrimonial, y de igual manera que Kochan,
levanté la mirada para confirmar que nadie me había visto leer esa carta, por
suerte me encontré solitario en medio de un consultorio médico que me servía de
excusa para seguir con mi lectura.
Que levante la mano el respetado lector, que
en su archivo sentimental no tenga guardada alguna relación equivocada y
absurda de la cual no sabía cómo zafarse. Por eso, el solo recordar una situación similar, me hace sudar frío
nuevamente. Sin embargo al protagonista parece dejarle una extraña sensación de
triunfo; debe ser porque esa constante reflexión acerca su identidad sexual lo
lleva alternativamente, de la libertad a la represión, y lo hace oscilar entre
la euforia producida por la firme confianza en poder trascender todo tipo de
absurdo, y la posterior depresión,
resultado de quedarse encerrado en el seno de una poderosa fábrica de máscaras
y de falsedades.
Es ya de noche y concluyó mi lectura, al
pasar la última página del libro, empiezo a pensar en una conclusión que me
permita orientar la reseña que inmediatamente debo empezar a redactar. Debe ser
algo contundente, pero evitando dañar el final del libro a un lector
desprevenido. ¿Qué puedo decir para terminar entonces? Tal vez sea reiterativo,
pero la virtud más grande que encuentro en la novela y en general en el estilo
mostrado por Mishima, es su lenguaje directo
y su gran capacidad para develar la complejidad en aspectos sencillos de
la vida y así mismo expresar con sencillez, sentimientos complejos que otros
escritores sólo podrían expresar por medio de largas y complicadas
disertaciones en sus novelas.
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