Por: Camilo Alejando González Rivera

El amor puede ser una búsqueda constante e infructuosa, o al menos eso es lo que intenta demostrar Hiromi Kawakami en su libro, El cielo es azul, la tierra blanca. Como escritora japonesa de comienzos de siglo, su trabajo fue reconocido por la crítica japonesa como un nuevo auge poético y estético dentro de las narrativas contemporáneas. A causa de su fascinación por las ciencias naturales, su obra se ve impregnada de descripciones minuciosas y entornos muy diferenciables entre sí que destacan dentro del campo narrativo de la autora. Lo urbano y lo rural juegan, entonces, un papel muy importante dentro del texto al igual que los pensamientos internos y las sensaciones que la protagonista va teniendo con su entorno.

    En su literatura cabe destacar una completa modernización de Japón, su ambiente mítico ha sido totalmente remplazado por el ambiente cotidiano, citadino, de las grandes ciudades. Los personajes secundarios resultan poco comunes y los terciarios, casualidades, por lo que la atención se centra totalmente hacia nuestra protagonista que lidia no tanto con los conflictos de un mundo modernizado sino con ella misma.


   Tsukiko Omachi, ya con 38 años, vive un reencuentro con un viejo profesor con el cual termina enfrascada en una pregunta incesante acerca del amor, de la felicidad y de la infancia. Una premisa corta pero que conserva realmente el peso de la obra. Tsukiko, desde el primer momento, se presenta como un personaje conflictivo consigo misma, una mujer a puertas de los 40 que ha tenido problemas en sus relaciones personales y ha terminado por presentar un aislamiento del mundo y, más importante, de las personas. La historia comienza con ella y con sus numerosos pensamientos e historias cargando a la obra con un componente anecdótico y a la vez introspectivo que, como característica de los japoneses, no se desplaza del eje central de la trama, las relaciones de Tsukiko, sino que la acompaña en cada una de ellas. Los personajes secundarios se tornan en la fuente de la discusión que tiene Tsukiko donde debate las principales circunstancias que la han llevado a su estado actual y donde se revelan al lector algunos datos de su pasado.

     Sin embargo, en términos temáticos, presenta algunas falencias con una sucesión de hechos que bien podrían omitirse o personajes que sencillamente solo alargan alguna conversación, un intento de proponer mediante la estabilidad del diálogo los pensamientos de la mente de Tsukiko que no terminan por disfrazarse de hechos sin importancia. Un rasgo que puede polarizar la recepción de los lectores donde la acción prácticamente se detiene entre hilos de diálogos, aunque también puede llamar la atención a quienes se han cansado de los mismos tópicos que han rodeado la literatura del siglo xx. Lamentablemente la simpleza de la obra, esos intentos mesurados por mostrar algunos conceptos de una infancia perdida, terminan siendo ocultados por su duración exagerada.

     Un buen ejemplo de este problema podría evidenciarse con el uso que la novela le da al Haikú, una construcción poética donde la brevedad debe estar a la par con la grandeza de los conceptos, entonces se puede evidenciar cómo la obra resulta en la antítesis de éste, no porque no se evidencie la figura del amor o de la soledad, del vacío y la monotonía, sino porque se esconden entre los hechos más comunes, entre las conversaciones más simples y su disfraz no puede ser descubierto, e incluso, pasada la lectura, los indicios de estos resultan escasos. No es posible, entonces, una asimilación de los sentimientos, de los pensamientos, de los hechos como una gran construcción cuando se pierden en lo cotidiano.

    Aún con todo esto, la novela El cielo es azul, la tierra blanca, no carece de las propiedades poéticas que ha sabido manejar Kawakami a lo largo de su carrera literaria. Así como se suele decir, una novela es solo la apuesta de una experiencia que no hemos tenido, de esta forma El cielo es azul, la tierra blanca puede resultar atrapante o angustiante, de todos modos, Todo resulta mejor que la indiferencia.


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