Por: Dayan Alexander Arévalo Arévalo


Desde hace varios años todos los octubres es común escuchar los rumores del posible otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Haruki Murakami. Año tras años las apuestas han dado como ganador al japonés y año tras año se ha visto como este continúa sin igualar el logro de su compatriota Yasunari Kawabata. Año tras año las casas de apuestas lo dan como un ganador indiscutible y, después de leer Al sur de la frontera, al oeste del sol, empiezo a entender por qué Murakami está lejos de ser el ganador de dicho premio. No está de más decir que desconozco la manera en la que la Academia Sueca define al ganador de este galardón, pero si la decisión se basará en una única obra, estoy seguro que Murakami presentaría cualquier obra menos la que aquí reseñaré.

Escrita en 1992, Al sur de la frontera, al oeste del sol narra la vida Hajime, un padre de familia que hace un recorrido por su vida. Una vida marcada por un desapego por sus padres y por una marca imposible de borrar: es hijo único. Una de las tensiones más grandes que tiene la novela (de hecho, es la principal) es la relación que este sujeto tiene con Shimamoto, relación intensa y muy fraternal al principio de la novela pero que fue definitiva para que Hajime jamás la olvidará y lo llevará a tomar decisiones trascendentales en su presente.


Sin embargo, la narración avanza en voz de un acartonado personaje; un ser que hace el recorrido y la reconstrucción de su vida de manera tan artificiosa y estereotipada que es difícil lograr un verdadero enganche con la historia. Aunque la obra empieza a involucrar elementos externos al Japón tradicional (música especialmente) todo se ve tan esquematizado que es difícil encontrarle un verdadero valor o sentido.

Durante la lectura me imaginaba los alcances argumentales desplegados por Kawabata en La casa de las bellas durmientes y rememoraba la capacidad de profundidad lograda por Mishima en Confesiones de una máscara (estos escritores y sus respectivas novelas son previos a la obra de Murakami y son considerados como grandes aportes literarios de Japón a las letras universales del siglo XX) y me preguntaba si el relevo generacional, en serio, se había vaciado de la forma en la que se presenta a Hajime.

A pesar de esto, y debo decirlo, no tengo intenciones, aunque no lo parezca, de decir si Murakami es o no un merecedor de un premio cualquiera, pues desconozco la totalidad de su obra, pero tengo la certeza que este libro está lejos de despertar el mérito literario que alcanzaron sus maestros y predecesores.


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