Por: Luz Ángela Velandia Blanco


Francisco Montaña, escritor bogotano, considera que la labor del escritor de literatura infantil y juvenil no ha sido reconocida como se merece. Para él, el trabajo que requiere preparar una obra dirigida a un público infantil es tan meritoria como la que realiza un escritor de cualquier otro tipo de literatura. Si es el caso de una novela, requiere construir un universo que se sostenga por sí mismo, un mundo con diferentes personajes, cada uno dispuesto a contar y a construir la trama completa de la historia, seguirlos para saber qué tiene cada uno para contar, como resalta el autor. Crear estos universos para niños, jóvenes o para adultos requiere de un trabajo propio de un escritor dedicado, atento y apasionado por su trabajo. El público general y en especial la crítica literaria de la academia, sin embargo, comenta Montaña, ha sido indiferente a escritores como él, pues llegan a considerar que escribir para niños es como escribir para “tarados”, una escritura hecha por tontos y dirigida a un público igual; desestimando la capacidad lectora de los niños, así como las apuestas literarias de los escritores que dirigen sus obras a este público.

La escritura de Montaña es juiciosa, se ha construido a través de años de experiencia en el campo y se ha preocupado por construir mundos que han sido olvidados por otros escritores del género en Colombia. Los miedos, la discriminación y el maltrato que reciben los niños en nuestro país son temas de preocupación para el escritor, son lugares que se escapan del universo de la fantasía y de las hadas que durante tantos siglos les han dibujado a los jóvenes lectores. Un lector colombiano, indiferentemente de la edad que tenga, ha tenido que afrontar de alguna manera este tipo de problemas y es por esto que no se puede tener una literatura, mucho menos una literatura infantil, que pretenda pasar por alto estas temáticas. Es por esto que como escritor polifacético, podemos encontrar en su obra un recorrido por diferentes géneros literarios: poesía, cuento, teatro, novela; géneros en los cuales elabora las temáticas mencionadas, y así mismo, una indagación por una literatura dirigida a diferentes momentos de la infancia y la juventud. 

Ejemplo de lo anterior es El Cocodrilo Amarillo en el Pantano Verde, libro infantil editado por Alfaguara Infantil. De la mano de las ilustraciones de Laura Osorio se contruye este cuento ilustrado que narra la historia de un padre preocupado por la condición de su nuevo hijo. Desde su nacimiento el Cocodrilo Verde está ansioso por cuidar y proteger a su nuevo cocodrilito, y construye desde el inicio un fuerte lazo con él, más lo interesante en la historia no está exclusivamente en una relación padre e hijo armoniosa. En este cuento, el hijo del Cocodrilo Verde al tener un color diferente al de los demás cocodrilos y más aún, diferente al de los sapos, las tortugas y demás animales que viven en el pantano verde; empieza a ser víctima de la una fuerte discriminación, un cocodrilito amarillo en un pantano verde resulta inaceptable para todos los animales habitantes del mismo. Es entonces cuando se observa una de las escenas más conmovedoras del cuento: el padre llora en su habitación a razón de la discriminación de la que es víctima su hijo, quien llega a consolarlo, a animarlo para encontrar una solución al “problema”. El humor procedente de las ocurrencias de este dúo para camuflar al cocodrilito amarillo es la cuota de diversión que Montaña procura tener siempre en sus obras dirigidas al público más pequeño, las ilustraciones aumentan la jocosidad de las ocurrencias y, aunque no logran dar con una solución definitiva al problema, padre e hijo pasan un buen rato divirtiéndose y jugando con diversidad de materiales de color verde con los que pretenden ocultar el amarillo del cocodrilito. Sin haber encontrado la solución el Cocodrilito Amarillo se dirige a su cama y sueña con un álbum de fotos donde uno de sus abuelos tiene su mismo color. El final es feliz y conmovedor, puesto que el Cocodrilo Amarillo inventa la historia de su abuelo de color amarillo que era un gran explorador y había dado con el hermoso pantano verde en el que todos vivían entonces, logrando la aceptación y la admiración de los animales habitantes del mismo. Es una historia sencilla, con poco texto y con ilustraciones llenas de color que nos acerca a las preocupaciones de los padres cuyos hijos son víctimas de algún tipo de discriminación y matoneo.

Dirigido a un público solo un poco mayor está Andrés, perro y oso en el País de los Miedos, perteneciente a la colección Primer Acto de teatro infantil y juvenil de Panamericana Editorial. En esta historia, como su título lo resalta, son los miedos los que protagonizan la historia junto a estos tres personajes, quienes llegan al País de los miedos para pedir la solución al Señor del Pantano, rey que gobierna el país, al problema de la humedad de la cama de Andrés cada vez que soñaba con pantanos. Los miedos de Andrés, las aguas y hasta los chorros de agua tienen vida propia, hablan con Andrés, lo cuestionan, lo hacen comprender que no hay razón para tener miedo. Son incluso las mismas personificaciones de los miedos de Andrés propias de burlas, débiles y torpes, lo que hace que Andrés se cuestione sobre el fundamento de sus miedos. El humor, como Montaña comenta en la entrevista, es la herramienta que engancha a los niños y les permite acercarse a la lectura de manera lúdica, y esta pequeña pero rica obra de teatro está plagada de momentos graciosos por lo absurdos o por el juego de palabras que, aunque sencillas, están muy bien elaboradas.

Finalmente está La Muda, novela juvenil publicada por Sudamericana Editorial. Dentro del limbo que representa la literatura juvenil, como el mismo autor lo expresa en la entrevista, esta novela puede ser leída por cualquier público, contiene una temática y un lenguaje que puede ser disfrutado por cualquier tipo de lector. Como apuesta, esta novela cuenta con las ilustraciones de Daniel Rabanal, quien construye en conjunto con la escritura de Montaña una novela gráfica que enriquece la historia y permite dibujar los escenarios que recorren los protagonistas desde aquello que las palabras no pueden decir, ya sea por su crudeza, o por corresponder al mundo de la fantasía de los protagonistas.

El humor característico de las dos anteriores obras de Montaña desaparece y la imagen de un espacio frío y cruel toma lugar para recrear una zona marginal de una ciudad cualquiera en la que dos niños, hermana mayor y hermano menor, deben sobrevivir. Bajo la imagen de “grises eran el día, su ropa, su nombre, sus sueños. Todo lo que había visto. Lo que recordaba era gris” (Montaña, 27) se construye este mundo donde la niña no puede ir al colegio, su madre trabaja en las calles como prostituta y su abuela la obliga a trabajar lavando ropa sin remunerarla ni darle siquiera suficiente comida para sentirse saciada junto con su hermano. Su hermano constituye su principal preocupación, quien, delgado y débil, recibe junto con ella el maltrato de su abuela, quien los golpea cada vez que llegan sin el dinero completo a la casa porque los vecinos no pagan.

La niña recuerda su época del colegio, lejana, cada vez que pasa cerca a uno y busca algún niño desprevenido, que podría ser su compañero de clase si ella pudiera estudiar, y le roba la lonchera para compartirla con su pequeño hermano. Vive en un mundo de fantasía, donde su abuela es una bruja y su madre se llama Magdalena a razón de sus largos cabellos y existe un conjuro que la puede convertir en nube, hacerla desaparecer y observar todo desde la altura. Es el único escape que parece encontrar a su realidad, que no representa ninguna satisfacción ni alegría más allá de ver a su hermano a salvo del maltrato de la abuela.

Una esperanza aparece cuando, entre los escombros de un carro, en medio de un pastizal, aparece una pequeña gallina muda, que les da al visitarla un pequeño huevo durante algunos días, algo de comer. La gallina se convierte entonces en el centro de los dos niños, la dejan en el carro con cuidado, la visitan, le llevan un poco de pan cuando deja de poner, ella también está delgada y débil. Resulta entonces que, a pesar de la injusticia en la que viven los niños, del maltrato de su abuela y la soledad en la que se encuentran, esta pequeña gallina les da la satisfacción de poder vivir mejor, de saciar un poco su necesidad de comer.

La Muda, es una novela oscura, dolorosa. Rabanal, por medio de sus ilustraciones, acentúa la desolación, el gris en el que viven los niños; y la esperanza, como ocurre en la realidad colombiana, no siempre existe, hay un universo que cae encima y deja sin salida a los niños víctimas del maltrato. Montaña nos recuerda esto en su novela, y como lo resalta en su entrevista, es un tema que siempre ha sido su preocupación y algo que está muy presente en varias de sus obras: No comas renacuajos, en el que el abandono de un grupo de hermanos los lleva a la muerte en un barrio marginal de Ciudad Bolívar, El gato y la madeja perdida, entre otros.

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Montaña Ibáñez, Francisco. Andrés, perro y oso en el país de los miedos. Bogotá: Panamericana, 2003.
—. El Cocodrilo Amarillo en el Pantano Verde. Bogotá: Alfaguara infantil, 2014.
—. La muda. Bogotá: Sudamericana, 2010.

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