Por: Cristian Camilo Baquero Valbuena

Es común que los hombres solitarios busquen refugio en cuerpos desconocidos. Es común que los rostros juveniles llenen de nostalgia a los hombres longevos. Es común que, para unos y para los otros, el deseo se esfume o se transforme en una pálida necesidad de compañía. Eguchi, el viejo Eguchi es ambas clases de persona.  Casi por casualidad Eguchi se entera de la existencia de la casa de las bellas durmientes, un lugar en donde mujeres jóvenes y hermosas, son sedadas y abandonadas a la suerte de hombres mayores. En compañía de estas mujeres narcotizadas Eguchi es capaz de darse cuenta como su vida de a poco se agota, de cómo sus horas se consumen al igual que las horas de las jóvenes dormidas, pues basta con sentir el cálido aliento de la mujer dormida en su cara, basta con percibir el aroma suave y dulce del cuello o de las axilas de la mujer, para que la memoria de sus sentidos se active y traiga consigo recuerdos que se creían perdidos en el tiempo. La única manera de tener certeza de que se ha vivido es entregarse a los recuerdos.


La novela La casa de las bellas durmientes no cuenta una historia de la manera tradicional. Entre evocaciones del pasado y encuentros de cuerpos desnudos —descritos de forma eficaz y detallada, gracias al estilo austero y sobrio, propio del nobel Yasunari Kawabata, y emplazados en una habitación opaca y marchita que refleja la emotividad del personaje— se nos presenta a Eguchi, un hombre que a sus sesenta y siete años está marcado por la soledad y el desasosiego. A pesar de que los otros personajes nos son presentados superficialmente —pues por ejemplo en el caso de las mujeres durmientes no tienen dialogo alguno— muchos de ellos llegan a ser mucho más cautivantes y atrayentes que el mismo Eguchi. Esto se debe a que el halo de misterio que los rodea permite al lector jugar con el sin fin de posibilidades. ¿Quiénes son esas mujeres? ¿Cómo llegaron a ese lugar? ¿Qué sucede antes de que duerman? ¿Qué pasa cuando despiertan? Son interrogantes que enriquecen la experiencia lectora, ya que facilitan zambullirse en el universo creado por el autor.


La creación de la atmosfera apropiada y la selección de los detalles pertinentes, permite a Yasunari Kawabata sumergirnos en un mar de nostalgia, poniendo ante los ojos del lector el sabor amargo que dejan los días que pasan y que no se recuerdan; la sensación de vacío que deja la constante espera de la muerte y la añoranza del amor juvenil que alguna vez existió, pues como bien escribe el nobel japonés: “los viejos tienen la muerte, y los jóvenes el amor, y la muerte viene una sola vez y el amor muchas”.

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