Por: Camilo Alejandro González Rivera
“Intenté retener en mi corazón la languidez que me invadía mientras avanzaba por las
calles de aquel pueblo que perdería con el 
final del verano. No quería olvidar ninguna
de las despedidas que plagaban mi vida,
tantas como las veleidades que, ese día,
sufría sin cesar el cielo del crepúsculo”.


Puede resultar que, a fin de cuentas, nuestra vida esté más cargada de despedidas que de nuevos conocidos. Puede ser también que en esas despedidas debamos poner todo nuestro esfuerzo y asegurar que sea memorable pues no sabremos nunca cuando volveremos a encontrarnos. Con estas ideas en mente que se puede hablar de una novela como Tsugumi, una novela concebida de la experiencia del ocio y los recuerdos de su autora Banana Yoshimoto.


    Ya apartados del Japón antiguo, e inmiscuidos en un mundo modernizado, se ve cómo nuevamente el espacio se adorna de descripciones y de cotidianidad, una historia contada desde la perspectiva de María Shirakawa, quién rememora una infancia compartida junto con sus primas Yoko y Tsugumi Yamada. Una premisa que podría inducir a la simpleza no tarda en volverse atrapante y, en ciertos momentos, tensa o angustiante.

    La naturalidad con la que se nos muestran los pensamientos de María acerca de la infancia, de la vida, de un estado casi catártico entre la simpleza del mundo costero y su relación con Tsugumi, personaje que sobresale por su actitud inefable que se mueve entre lo cautivante y lo molesto, es sencillamente algo atrapante. Resulta entonces un juego el ver desde la perspectiva de una joven bromista y astuta la relación que mantiene con la muerte, tales ideas que solo agobian a quienes viven con ella nos abre una ventana desde donde ver un pequeño mundo cargado de anécdotas que poco a poco nos hacen encariñarnos más con este personaje.


    Yoshimoto, finalmente, evidencia cómo sus propias relaciones con el mundo, con las personas, con los espacios y consigo misma pueden terminar siendo el perfecto agrado de una obra. Nacida de la experiencia siempre quedará la infancia y las preguntas del amor, de la familia, de tantas cosas que se pierden y que se ganan de una simple despedida. 

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