Por: Génesis Natalia Tobón Becerra
Como alguna vez dijo el gran maestro
Jorge Luis Borges: "La literatura no
es otra cosa que un sueño dirigido"; Yukio Mishima materializa este
significado de literatura para adentrarnos en un ensueño multifacético, lleno
de matices, olores, colores, y curvas ascendentes y descendentes, hacia lo que
la desesperanza lleva al protagonista de El
marino que perdió la gracia del mar. Un adolescente de solo trece años ¾Noboru
Kuroda¾
se enfrenta de bruces con la desilusión de ver caer a su más grande ideal de
vida: el marino que, por fuerzas terrenales, perdió la gracia del mar. Al
anclar en tierra firme, Ryuji Tsukazaki, por lo que parece ser mera casualidad,
le arrebata el sueño voyerista al chico, invadiendo su único espacio de
reivindicación con lo que él cree es su orgullo: observar a su madre a través
del macabro agujero tras el cajón del armario. Al destruirse la imagen a seguir
de Noboru, ¾transformándose
el marino en un ser débil y sensible¾ la desilusión
se convierte en una sed de venganza insaciable que lo lleva de adorar a
aborrecer lo que un día soñó.
Dentro de este viaje multisensorial en
el que nos guía el reconocido autor japonés, cabe destacar el importante papel
que juega la iluminación dentro de sus escenas. Siendo la premonitora de todo
lo malo, lo bueno y hasta lo erótico, la luz ¾tanto del sol como
de la luna¾
habla con voz propia, adicionando esa intensidad que nos envuelve dentro de un
mar emociones inefables. “El suave e
inflamado juego de sus labios cambiaba levemente en cada contacto, en cada
apretado intermedio, mientras recodo a recodo se derramaban mutuamente llenos
de luz, hilando en una sola fibra luminosa toda la suavidad y toda la dulzura.”
De esta forma, Mishima se encarga de que la luz traspase las barreras y se
adentre en cada una de las venas de los personajes, dejando esa ilusión de
luminosidad en nuestras mentes, como si aquello que ilumina a los seres dentro
del papel se colara por entre nuestros dedos y también nos iluminara de a poco
el alma. De la misma manera, la novela nos llena también de sensaciones que se
traslapan del papel, nos hace sentir aún más vivos los placeres de la vida: el
tacto de un hombre viril, el aliento de una bella mujer o incluso, el adiós más
profundo de un par de amantes destinados a la distancia, traducido en el
melancólico bramido de un buque.
Por otro lado, este genio de la
narración japonesa ya anteriormente ha dejado en evidencia sus deseos más
íntimos dentro de sus propios trabajos. Aunque no se trataba de una novela
autobiográfica, por ejemplo, la trama de Confesiones
de una máscara deja muchos cabos sueltos en torno a la similitud de la
misma con la propia vida de Yukio Mishima. Del mismo modo, muchos elementos que
marcaron la vida del autor se ven materializados en El marino que perdió la gracia del mar: la búsqueda constante de
gloria por parte de Tsukazaki puede estar estrechamente relacionada con el
deseo latente de Mishima por alcanzar un total reconocimiento en el mundo
literario internacional; de igual manera la constante admiración que expresa
Noboru hacia aquello que al parecer hace viril al hombre japonés ¾la
frialdad, el desarrollo de un cuerpo escultural, el deseo de servir a la nación¾,
parece ser una reflexión de todo a lo que, en su momento, aspiró el escritor, su
obsesión con las pesas derivadas de su fanatismo por el culto al cuerpo, la
creación de La sociedad del escudo ¾milicia
liderada por él mismo en conjunto con jóvenes seguidores del Emperador y con el
mismo ideal de buscar un cuerpo “limpio¾, y su fatídico
suicidio ¾mediante
el seppuku¾.
Tal vez uno de los temas más
significativos que toca la novela sea ese sentimiento de venganza que marca el
inicio y el final de la misma. A través del espionaje, Noboru emprende con ira
contra su madre cada vez que ésta le riñe en casa. El adolescente pretende
castigar a Fusako robándole su intimidad y, además, incurriendo al elemento
erótico ¾inherente
en las obras de Mishima¾ de mirar cuando no es permitido. De
igual manera, el chico pretende vengarse del hombre que había materializado
todo lo que para él era casi divino: Tsukazaki, el marino. Alegando que el
hombre viril que creían ¾Noboru y su pandilla¾
que era, se había ablandado por su falta de “mar”, llegaron a cometer lo que
dentro de la faz de esta tierra no estaba permitido. Sin embargo, bien oculto
dentro de su ser se encontraba el verdadero motivo: el arrebato de ese momento
de intimidad penitenciaria con su madre.
Es innegable que más allá de una trama
intrincada, Yukio Mishima nos deleita con un estilo narrativo de ensueño.
Sumado a la espectacular manera de adentrarnos de lleno en el libro,
encontramos también esta relación directa con una realidad inminente en la
sociedad japonesa. Tras años de guerra y las catástrofes de Hiroshima y
Nagasaki, el escritor japonés decide arriesgarse con esta novela que refleja
vívidamente a una nación sumida en el desasosiego que trae consigo la pérdida
de su propia identidad. Mishima se revela contra toda tradición y deja en claro
su posición al respecto de la nueva invasión de occidente.
Sin embargo, más allá de todo aquel
enriquecimiento cultural que pueda llegar a traer consigo la literatura ¾en
especial la japonesa¾, está presente y, sin lugar a dudas,
predomina el placer exquisito que produce disfrutar de un libro como éste,
lleno de todo eso que un buen lector desea: encontrar en lo cotidiano algo
extraordinario.
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El marino que perdió la gracia del mar
Yukio Mishima
Barcelona, España
Editorial Bruguera S.A, 1980
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