Por: Claudia Marcela García Gamboa
Una
posada en medio de la noche y un hermoso rostro dormido, eso es todo lo que el
viejo Eguchi necesita para saber que el recuerdo de las mujeres que han pasado
por su vida sigue tan presente en su memoria como el día mismo en que fue
creado. Y es que, contemplando la belleza narcotizada de las jóvenes vírgenes,
le resulta imposible no recordar.
No era una muñeca viviente, pues
no podía haber muñecas vivientes; pero, para que no se avergonzara de un viejo
que ya no era hombre, había sido convertida en juguete viviente. No, un
juguete, no: para los viejos podía ser la vida misma.
Escrito por
Kawabata y publicado en 1961, La casa de
las bellas durmientes sigue siendo hasta el día de hoy un libro
curiosamente cautivador: la soledad, la pérdida de la juventud, la inevitable
llegada a la senilidad, un melancólico erotismo y la presencia de la muerte impregnan
la obra del nobel nipón que, con su calmado ritmo, vuelve a tejer una red de
palabras en la cual es difícil no caer.
Un contraste irónico y peculiar: una
joven dormida y un viejo despierto; un hombre que ya no puede ser hombre y una mujer en el umbral de
su feminidad. Es esa dualidad, ese juego con los antónimos, esa evocación de la
parte más física y más espiritual del humano, el vaivén entre la muerte y el
sueño profundo, lo que hace pensar en La
casa de las bellas durmientes como algo cercano a la poesía, algo que
esconde mucho más de lo que podríamos adivinar con una única lectura.
Son pocas las páginas que contiene este
libro, dividido en cinco capítulos, pero llegan a ser precisas para la historia
que se está narrando y, aunque el final parece llegar a mal momento — demasiado
apresurado cuando todavía tenemos ganas de seguir leyendo— sólo con la
distancia puede comprenderse que la pregunta sobre la muerte y la indiferencia
con que puede ser tratada es el cierre más indicado para una novela que crea
conciencia sobre la decadencia del ser.
Si hay algo, tal vez, que deba
advertirse es su esencia oriental: la concepción de la belleza, la formulación
de los diálogos, la disposición exótica del pensamiento (para nosotros los
occidentales) e incluso la misma estructura de la novela aportan a la idea de sumergirse
en un mundo nuevo y desconocido, del cual es improbable no enamorarse poco a
poco.
No hay más personajes que Eguchi –como
menos, no tan bien desarrollados–, no hay más historia que los recuerdos, el
presente y los pensamientos. La casa de
las bellas durmientes explora la violencia de nuestros instintos, la pureza
del instante y esa parte de la vida frente a la cual no tenemos explicación,
pero no podemos más que experimentar. No es un libro que se cierra con
facilidad, ya que continúa incordiando
el pensamiento con sus impresiones abiertas, aún cuando las páginas se han
acabado mucho atrás; y, sin embargo, el recorrido entre los sueños, las pasiones
y los temores que Kawabata nos obsequia hacen que ese denso y agobiante efecto
valga la pena.
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Kawabata, Yasunari. (1983). La casa de las bellas durmientes. [Archivo PDF] España. Ediciones Orbis, S.A. Recuperado de https://lalecturayelvuelo.files.wordpress.com/2013/08/casa-de-las-bellas-durmientes.pdf
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