Por: Daniel Canal Franco

La casa de las bellas durmientes es una novela en la Yasunari Kawabata que explora la vejez y la alienación que implica para los hombres. Es una historia de soledad en la que los viejos se encuentran en una suerte de coma emocional del que solo pueden salir durmiendo junto a una joven narcotizada. La vejez es tan voraz que sentir el calor de un cuerpo junto a ellos es suficiente para que se den cuenta de que aún no están muertos, aún no. Cada noche con las muchachas es una batalla contra la senilidad en la que se enfrentan a ellos mismos. Las jóvenes son apenas una herramienta porque jamás despiertan ni se dan por enteradas de quién durmió a su lado y cuál era su historia.

Ese es el caso de Yoshio Eguchi (aunque él mismo no lo reconozca y se sienta superior al resto de los ancianos que van a la casa de las bellas durmientes), un hombre de casi setenta años que empieza a frecuentar la posada, alentado por un amigo, y ahí descubre que las muchachas narcotizadas son el mejor catalizador para la memoria. Él, en cada visita, descubre claves en el aroma de las mujeres, sus gestos al dormir, el contraste entre el pelo negro y la piel blanca que lo trasportan a episodios de su vida escondidos en el fondo de su cabeza.

Cada vez que Eguchi duerme junto a una de las bellas durmientes lo asalta la melancolía de  cómo fue perdiendo a las mujeres en su vida, desde amores pasajeros hasta su hija favorita, y así se va dando cuenta de que su vejez no es diferente a la de los demás y que realmente sí está solo. Eguchi encarna la encrucijada de un hombre que no sabe cómo afrontar la edad ni aceptarla, aunque sea consciente de que ya pasó la mejor parte de su vida.

En esta novela, además del conflicto interno del protagonista con la edad y su memoria, Kawabata explora dos temas de la literatura japonesa que están presentes en su obra y terminan siendo fundamentales para entender a Eguchi: la diferencia de edad entre el hombre y la mujer y el suicidio en parejas.  

Las jóvenes dormidas son, precisamente, la posibilidad para que un hombre no muera solo porque él la posee mientras le dure el sueño. Podría asfixiar a una con facilidad sin que se despertara y después quitarse la vida. Esta es una imagen que se sugiere ya que la muerte rondando cerca constituye el tono de la narrativa.

Pero incluso, si no la matara y simplemente muriera a su lado a mitad de la noche, esto sería más deseable que morir solo. Morir junto a una virgen, casi una niña, de alguna manera termina siendo un paliativo para la vejez.


Con un lenguaje sutil que constantemente va generando imágenes y sensaciones en el lector a partir de su propia experiencia, Kawabata sugiere que vivir plenamente no supone estar despierto. Quizás algunos pasan la mejor parte de su vida cuando están durmiendo.

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