Por: Daniel Canal Franco
El
amor es un fantasma que sobrevive al tiempo y la distancia, a la indiferencia,
incluso a la venganza. Es un fantasma incapaz de abandonar la cabeza de los
personas porque, quiéranlo o no, van a estar vinculadas de por vida gracias al
pasado común que comparten y es imposible negar. Esa es la visión del amor que
propone el autor japonés, Yasunari Kawabata (primer permio Novel de Literatura
para Japón), en Lo bello y lo triste:
un amor imposible del pasado cuyas consecuencias persiguen a los personajes de
la historia hasta llegar al borde de la tragedia.
La
novela narra fragmentos de lo que fue la historia de amor entre Oki Toshio, un
novelista consagrado, y Ueno Otoko, una pintora en auge que tenía apenas quince
años cuando conoció a Oki mientras él, por su parte, ya era un hombre casado y
dedicado a su familia. En ese amor que fue violento y convulsionado, Kawabata desarrolla
un tema constante en la literatura japonesa: la relación entre un hombre mayor
con una mujer joven, pues Otoko apenas era una niña que se entregó a un hombre al
que le faltó poco para enloquecerla.
Sin
embargo, la trama de la novela no gira en torno a este amor turbulento –que
establece el tono y envuelve el grueso de la narración–, sino que cuenta las
consecuencias que ese amor tuvo en la vida de los dos protagonistas, porque a
ambos los marcó con heridas que jamás cicatrizaron. El amor, o el desamor, les
deja una huella de post nacimiento.
En
esta obra Kawabata se acerca al erotismo, la intimidad y la cotidianidad
japonesa con tal sutileza en el lenguaje que captura al lector en un trance
profundo. Midiendo cada palabra para no dar explicaciones de más, Kawabata
construye escenas supremamente fuertes y cargadas de sentido sin que parezcan
obscenas o inverisímiles: hasta en un aborto, con los fluidos y el dolor que
significa describir un aborto, el amor está presente en la sutileza y levedad
del lenguaje.
Además
de la historia de amor, Lo bello y lo
triste es un cuadro de la cultura y tradición japonesa en la primera mitad
del siglo XX. A partir de situaciones cotidianas en las que interactúan los
personajes como tomar el té o dar paseos por los parajes naturales de Kyoto,
Kawabata va revelando una visión idílica de un Japón tradicional que está
desapareciendo. Esto hace que la historia no sea atemporal, porque, aunque
romances hay muchos, el de Oki y Otoko está mediado por un tiempo y un espacio
particular que sumergen al lector en ese mundo de amor japonés.
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