Por: L. Koryna
Chacón González
Confesiones de una máscara,
Espasa (2002), es la novela autobiográfica del autor Yukio Mishima que explora,
no sólo a través del lenguaje sino de la experiencia propia, la construcción
del sujeto. Seductor, entrañable y a ratos cáustico, este relato revela
detenidamente la vida de Kochan, un niño enfermizo que es acogido por su
abuela, quién como una amante de 60 años lo retiene, durante los primeros años
de vida.
Narrada
en primera persona, describe un mundo donde lo sensitivo; olores, sabores, e
imágenes, van conformando su identidad, la cual se oculta y a la vez juega con
el rol que decide interpretar para acoplarse a la sociedad japonesa de los 30 y
40’s. Ahora bien, es interesante como la bisexualidad viene a ser el centro de
la novela, no sólo como simple atracción a los dos sexos. Esta se va a
desplegar en el constante riesgo al que se enfrenta Kochan, por las fantasías
que surgen a partir de los íconos que contempla en su infancia. Príncipes
guerreros que mueren ensangrentados, el San Sebastián de Gino Rodi con un
impoluto rostro de querubín, atado sensualmente a un árbol y atravesado por tres
flechas en su axila izquierda, con el que descubre su atracción al cuerpo
masculino y a la muerte.
Sin
duda la maestría de esta novela reside en las preguntas planteadas en la
conformación del individuo. Contradicción entre el no ser y el evitar las pulsiones
más auténticas del propio deseo, ofrecen un desdibujado personaje que insiste
en una dualidad reflexiva. Es decir, por un lado puede ser tan agudo en la
crítica de una adolescencia obligada al despertar heterosexual y a la vez, tan
retórico que a manera de un ejercicio del actor, se repite el parlamento
cuantas veces puede para no olvidarlo. Este aspecto se exacerba con el anhelo
de guerra, que termina por escapársele de las manos, al poseer una apariencia
débil, que es confundida por los médicos, con tuberculosis. A manera del teatro
Nó, el personaje toma su máscara en la adolescencia y la despliega lentamente
ante un mundo que le exige rudeza y una impostura de fuerza. La farsa entonces,
retrata la naturalidad de prácticas normalizantes, como el visitar un
prostíbulo, besar a una mujer que no se ama e incluso huir de un posible
matrimonio.
Es
así como Mishima nos ofrece una
brillante narración de la dualismo del hombre, atravesado por las vibraciones
de los sentidos. El autor por su lujuria hacia la virilidad se ubica en un
lugar automarginal, donde al no poder reconocerse plenamente, se ofrece como un
constante deseo autodestructivo.
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