Por: L Koryna Chacón González
Una copa de sake, dos sorbos de cerveza, un jersey
colorado, un futón con la forma del cuerpo de una mujer solitaria, un anciano
tranquilo y comelón construyen en El
cielo es azul, la tierra blanca, los ingredientes precisos para la inusual
historia de amor de Hiromi Kawakami. La sutileza de las emociones en esta obra
nos introduce a un mundo donde la casualidad y el silencio van a delinear
finamente, la cercanía de dos soledades que coinciden entre el miedo y la
oportunidad. Tsukiko una mujer joven y fuerte se reencuentra con su viejo Maestro
de japonés en la taberna de Sotoru. Unas palabras, unas miradas, la compañía al
comer todo tipo de manjares de la cultura nipona, son el escenario de una
extraña e impredecible amistad que va a encontrar su cauce en una pasión
inusitada.
Sin duda el personaje de Tsukiko prefigura la
hermosura de esta novela. Sus movimientos torpes, su carácter frío e
intempestivo, su ambivalencia con los sentimientos le permiten a la autora
construir un universo de formalidades que decaen en las manos de esta mujer.
Sus fallos la potencian como la dosis precisa de diferencia necesaria para ese
viejo profesor tradicional y anticuado. “Un roto para un descocido”. La ironía
y la sutileza que construyen sus encuentros al departir una comida develan una
fuente inagotable de humanidad y sensibilidad sin precedentes. Si bien el mundo
moderno los rodea y se aproxima en radios, teléfonos móviles, estaciones de
tren repletas, el tiempo deja de existir completamente para dar paso a la
crónica del instante. Lenta y pausada en su narración nunca cae en la monotonía
por la exquisitez de los detalles que perduran en su desarrollo. Kawakami, al
contar un retrato tan visceral, logra que el mismo título de la obra sea la
terminación de esa melodía que se olvida y que la otredad aparece para
recordarla.
Por otro lado la novela enciende las papilas gustativas
del lector, lo invita a saborear con fruición cada encuentro donde el licor y
las comidas al vapor impregnan el hambre de Tsukiko, por eso ella desiste de
sus fútiles intentos por salir con Takashi Kojima, un viejo compañero de colegio.
No se puede obviar la relación que el
texto de Kawakami tiene con la escritura de Kawabata, no sólo porque a manera
de haikú el texto se posa en la descripción de las estaciones sino también
porque hay una preocupación constante en dejar huella de la tradición literaria
japonesa. No sólo los cerezos en flor y la brillantez de la luna son el reflejo
de lo más íntimo que guardan los personajes, también las frases que en boca del
profesor construyen un personaje sabio y a la vez de una sensibilidad exquisita
que elabora los momentos recordando algún verso o tratando de escribir sobre el
acontecimiento que se plasma ante ellos dos.
Finalmente la persistencia de la feliz casualidad
que los ha unido, despierta un deseo de intimidad en Tsukiko y su Maestro que
tal vez les permita algo de esperanza en medio de la contemplación del mundo en
ellos mismos. El relato sensitivo y visceral no puede pasar desapercibido si el
amor ha tocado nuestras almas en algún momento de la vida.
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