Amalia Low nació el 4 de julio de 1965
en Anjō, Japón. Aún así, se considera totalmente colombiana. Tiene raíces
múltiples: su madre es japonesa y su padre colombiano, hijo de un alemán judío
y de una catalana. Realizó sus estudios universitarios en Estados Unidos,
haciéndose música de profesión. Es
autora e ilustradora de libros como Tito
y Pepita su obra más referencial, así como de los seis títulos de la
colección Zafari (que incluye los títulos El
elefante flaco y la jirafa gorda, Las
lágrimas del cocodrilo, El
rinoceronte peludo, El flamenco calvo,
La tortuga ganadora, El león y los escarabajos estercoleros).
Su último libro El corazón de la tierra mezcla
historia y música con los mitos colombianos. Además de su trabajo literario y
musical, se ha dedicado a la pintura. También desarrolla talleres de promoción
de lectura, de escritura y de ilustración para niños y adultos.
¿Cómo se dieron tus primeros
contactos con la literatura infantil?
Fue durante la niñez por
medio de literatura infantil en inglés. De ahí, parte el hecho de no poner
negar que tenga una gran influencia de la literatura infantil gringa por medio
de referentes como el de Theodor Seuss Geisel (Doctor Seuss) particularmente.
De igual manera mi trabajo también se ha asociado (en el componente visual) con
toda la parte gráfica japonesa. Aunque yo no hablaba japonés, mi madre tenía
libros infantiles japoneses en casa y me contaba cuentos en esa lengua. Por
medio de estos vínculos, adquirí esa influencia y ese estilo gráfico japonés
que siempre se ha caracterizado por sus tonos de vanguardismo, pero también lo
asocio con un estilo tierno que relaciono con muchos aspectos del dibujo
asiático. De esta manera crecí en medio de muchas influencias culturales
diferentes: mi mamá me contaba cuentos en japonés. Mi papá inventaba cuentos, aunque
él era un académico (economista y abogado) era demasiado imaginativo. Pasé la
infancia en Estados Unidos y considero que allí hay una cultura pro-infancia
por medio de referentes de la cultura popular como Plaza Sésamo, Disney y
dibujos animados reconocidísimos como Bugs Bunny. Todo esto también influyó fuertemente mi imaginario. Es
lo que yo llamo una “sopa de influencias muy diversas”.
Me convertí en
lectora rápidamente, creciendo en medio de libro- álbum de origen gringo desde
muy temprana edad y tan pronto empecé a leer, quería leer libros gordos. Mi padre me compraba comics,
todos los domingos, como en una especie de ritual. Así llegaron Superman,
Acuaman, Batman y en general todo lo que se pudiera encontrar en cómics. Pero
pronto empecé a necesitar de más sustancia, así que empecé a leer cuentos,
sobre todo de hadas y fui muy apasionada y esos cuentos también entraron en la
sopa de mi imaginario, donde también vivieron las figuras ya míticas de los
cuentos de los hermanos de Grimm, o de Hans Christian Andersen. De ahí, el
siguiente salto que di fue hacia libros de la literatura infantil como El Jardín Secreto o El viento en los sauces. De igual modo, durante el tiempo que viví
en Estados Unidos, conocí los llamados Clubes del Libro. Por medio del pago de
casi US$3 se podían adquirir cerca de diez libros. Era una gran locura cada vez
que recibía ese paquete de libros. Fui una ratona de biblioteca y además de
eso, recibía libros que yo podía comprar muy baratos. Crecí muy nutrida por la literatura
infantil, estadounidense principalmente, y cuando entré en la adolescencia,
entré en la literatura adulta a fondo.
¿Cuáles son sus influencias más
importantes?
Tuve hijos muy
temprano, a los diecinueve tuve mi primer hijo y a los veinte mi hija. (Amalia tiene en total tres hijos). Me
casé con un suizo y me fui a vivir allí con mis hijos. En Suiza hay muchas
bibliotecas y librerías, así que con mis hijos participé de toda la influencia
del libro-álbum de ese lado de Europa: Alemania, Suiza, Francia, que también
era muy vanguardista. Todo lo que era popis, pedos y eso. Ya en el 84, salían
en los libros como una cosa de shock, pero
que finalmente era lo que hacía reír a la gente. No recuerdo cuando descubrí el
libro del topo*,
pero antes de eso estaban muchos otros libros similares.
Yo particularmente
no quise escribir por esa línea, al menos inicialmente, pero uno con los niños
siempre está chistoseando sobre pedos. Así que ese desparpajo de la literatura
infantil europea, concretamente en el campo del libro álbum, fue una parte
importante de mis influencias; de igual modo, toda la parte experimental
gráfica. Yo ya era pintora por ese entonces, pero en esa etapa viviendo en
Europa descubrí como el libro álbum era también era pintura y era poesía, y era
canción. Es decir, tiene tantas dimensiones. En países europeos, así como en
Estados Unidos, incluso en Japón, los libros infantiles son muy importantes
para hacer que la gente se haga lectora desde niños. Por eso, el hecho de que
en Colombia se esté empezando a desarrollar ampliamente la literatura infantil
significa que estamos abriéndonos a otros tipos de desarrollo cultural. Por medio de
estos libros se forman tu sensibilidad, tu vista, tus sentidos, tu amor por las
palabras, tantas cosas que se encuentran en el libro álbum y que también
encontré leyéndoles a mis hijos.
Esas
son las influencias pluriculturales que tuve la suerte de tener. Yo solo volví
aquí a Colombia en el año 2006, hace relativamente poco, aunque sean casi diez
años ya, pero toda –o la mayoría de mi vida- la pasé fuera. Igual me nutrí de
muchas cosas, yo quería ser arte-terapeuta, empecé una formación en
psicoanálisis. Me interesó la psicología analítica y quise entrar al C.G. Jung-Institut
Zürich. Así que durante un tiempo me dediqué a estudios psicológicos, sobre
todo enfatizándome en los procesos de aprendizaje. Junto a la enseñanza de la
música, también dirigía un taller creativo donde se practicaba teatro, pintura
y escritura. Con todo esto, se nutren mis escritos que están permeados de
muchas cosas, mucho más profundas. Si yo fuera una planta, la tierra de la que
saldría estaría nutrida intensamente antes de que esa planta empezara a crecer.
Incluso con los sufrimientos de la vida, muchos saben que mi papá fue asesinado.
También los cambios culturales, que implican adaptación, empezar de cero…
muchas veces me tocó empezar de cero, viví privilegiada (del mismo hecho de ser
multicultural), pero también conocí la pobreza. Así que mi literatura está
nutrida de todas esas vivencias y de todas esas experiencias, así como de
muchas fuentes. Del mismo que de la enseñanza y del contacto con los niños, de
la música que lo hace a uno sensible. Todas esas son la cantidad de raíces.
¿Cómo empezaste a escribir?
Luego de que ya los hijos crecen, algo que pasa muy
rápido, yo me quedé soñando con la literatura infantil. Entonces como mi
pintura es algo infantilosa, la gente
me decía “Ahí, en cada pintura, en cada cuadro suyo hay un libro ¿Entonces, por
qué no escribe libros?” Yo ya para ese entonces escribía cosas, pero no lograba
cuajar una historia que me convenciera verdaderamente. Igual, yo empecé hace
mucho tiempo a enviar cuentos a editoriales. Digamos que mis hijos nacieron en
el 84, en 86, así que sobre el 88 o el 90 yo ya estaba mandando libros a
editoriales. Mandaba como uno o dos y siempre obtenía respuestas negativas,
pero siempre seguía con ese sueño. Sabía que faltaba algo y estaba en ese
proceso de ir descubriendo mi propia escritura. Me desarrollé muy tarde como
escritora e ilustradora, pero como pintora siempre estuve trabajando y buscando
caminos, porque en ese campo si soy autodidacta, yo soy música de profesión.
Seguí el sueño, el de escribir e ilustrar libros para niños que siempre estuvo
ahí.
¿Consideras que la literatura infantil debe tener una función? Si es así
¿Cuál sería?
Para mí, lo único es que debe generar una
experiencia estética, pero también de amor. No es que específicamente deba
tener una función, más bien es como una cosquillita, sin importar que tipo de
cosquillita sea: una que te haga reflexionar, o simplemente una por la que admiras
la parte artística o por la belleza de las palabras. Lo que sea. Pero lo
importante es generar un movimiento de amor hacia la palabra, la imagen, el
libro y una conexión con el ser interno que es el niño, que se asocia con el
juego y con todo lo que significa la infancia. El mundo flotante del imaginario
del niño. La literatura infantil no es que tenga que servir, pero si uno va a
crear algo, entonces que logre al menos ese pequeño movimiento.
¿Cómo es el proceso creativo en tu trabajo?
Generalmente, soy como pedagógica. Parto de
algo que quiero reflexionar yo misma. No parto de la idea de “quiero enseñarles
a los niños que no peleen”, no. Tito y
Pepita es una idea que nace de una situación de conflicto. Yo estaba en
conflicto y necesitaba reflexionar sobre la reconciliación. Así, que se me
ocurrió hablar de un conflicto X y partí de la idea mínima de conflicto: entre
dos. De ahí dejo que salga lo que deba salir. Siempre digo que yo no hago los
libros, sino que ellos me atraviesan, pero no yo no sé de dónde, vienen de otra
parte. Parto de querer reflexionar sobre tal tema y de pronto llega la idea del
más allá porque yo no sé de dónde vienen las ideas. “¿Por qué no lo hacemos en
rima? Ah, sí. La rima es muy divertida” Y entonces empiezan a surgir las ideas,
como qué rimar, cosas chistosas, porque siempre tengo que estar riéndome.
Las lágrimas del cocodrilo
parte de un dolor frente a este país y frente a los dirigentes que siempre
quieren tener todo para ellos. Así que me metí en esa codicia y empecé a
reflexionar qué pasaría si yo fuera el cocodrilo y quiero todo para mí, qué
podría pasar. Entonces la historia se va formando a través de esa idea de
personaje.
El proceso es una
mezcla entre el juego, la intuición y el deseo de hablar de una problemática
humana y todas esas cosas se van combinando. Y muchos escritores dicen que uno
no escribe, sino que escucha: yo también siento que el libro mismo dicta qué
quiere. En todos los casos de mi trabajo, pienso el texto primero, lo acabo
totalmente y luego si viene la ilustración.
¿Cuál es la técnica con la que desarrollas las ilustraciones en tus
libros?
Para mis libros
manejo la técnica del esgrafiado, que consiste en raspar sobre una superficie
pintada en más de dos capas. La
primer capa es a base de pasteles de óleo negro sobre esa se pinta con
acrílicos las formas de color que será la ilustración. Luego con el uso de
plumas metálicas se raspa esa superficie para que así sobresalgan los contornos
en negro que son los bordes o delineados de las ilustraciones.
Escribir e ilustrar tú misma que es algo que no todos los autores
infantiles pueden hacer. ¿Cuál es la relación que se establece entre la imagen
y el texto en tus libros? ¿Hay una distinción ambos ejercicios?
Yo
parto del texto completo, una vez que lo he completado y que se empieza a unir
con la ilustración, esta también empieza a dictar ciertas cosas. Hay ciertas
cosas que tú crees que se pueden decir, pero al verlo materializarlo lo ves
aburrido. Entonces la ilustración tiene otra voz, más lúdica, más infantil en
el sentido de que para mí no tiene tanta estructura, así que ella también hace
cambios, suscita cambios en la escritura. Por otro lado, en el libro álbum tú
tienes prácticamente que quitar todas las palabras posibles, entonces le dejas
mucho peso a la ilustración y eso también es algo delicioso.
¿A la hora de escribir te has sentido limitada en el tratamiento de algún
tema? Teniendo en cuenta el público al que te diriges.
No, porque en verdad no escribo para
alguien, sino que escribo solo para mí misma, entonces no estoy pensando nunca
en un público. Las obras nacen porque ellas quieren nacer y ya. Aunque nadie me
leyera igual nacerían. Incluso me sorprende que a la gente le guste. Por
ejemplo, con El león y los escarabajos nunca
pensé que mis editores (Alfonso Carvajal y Marcela Escovar) fueran aceptar
publicarlo. En general, creo que en Occidente hay una represión sobre el tema
de las funciones biológicas del cuerpo, cosa que no se evidencia, por ejemplo,
en Japón.
También
fue algo que vi en Europa, aunque ahora hay una onda muy pasada de lo
escatológico porque es lo que hace reír, entonces se piensa “hagamos libro
sobre eso, porque es lo que les gusta a los niños”. Entonces te toca, al
contrario, buscar libros que no tenga chistes sobre excrementos.
Tu eres música de profesión y también pintora. ¿Cómo llegan a tus libros
la influencia de esas otras áreas artísticas en las que te mueves?
El último libro (El corazón de la tierra) es totalmente
musical, donde hay quince canciones. Pero en general, creo que los libros
siempre aspiran a ser animaciones, un movimiento que les pertenezca y creo que
la música es movimiento, poco estática. Creo que, por ser música, en mis libros
hay algo musical también, pero eso musical
no implica que deba tener explícitamente música, más bien es algo con el ritmo
de lo que narras, con la esencia de la historia, dónde se colocan las cosas,
como un movimiento o la plasticidad de la estructura. Me gusta oír la tensión
en las historias como si fueran acordes.
¿En tus libros hay una especie de mini-poética de lo escatológico?
Sí,
creo que sí podría verse así. Creo que, durante la infancia, el niño se
encuentra ante una barrera que siempre se quiere transgredir. Y yo me encontré
justo con esa barrera de hablar de lo escatológico. Me considero necia, pero no
mucho, solo un poquito. Pienso que me adentré en esa frontera, pero no mucho.
Creo que tengo un sentido de la medida, así que toco el tema muy sutilmente.
Toco esa frontera sin que se vuelva algo feo, grotesco, así que en la lectura
uno no se concentra en el contenido escatológico, sino en la transformación que
se opera a partir de ella. No se trata de poner groserías por ponerlas, sino
ver los demás elementos de la historia; mantener el chiste sin que sea solo
grosero y ya.
Tu trabajo de contacto con los niños también toca el aspecto pedagógico,
no solo escribes, sino que realizas talleres, por ejemplo. ¿Cómo se da eso?
Hago
talleres de escritura e ilustración, pero más con adultos. Mi trabajo con los
niños está enfocado más hacia el espectáculo, para tratar de acercarlos a la
lectura. Es más promoción de lectura. Allí trato de conjugar otros lenguajes
lúdicos que puedan expresar junto a la lectura y la literatura: pintura,
teatro, música.
¿Qué piensas de la división entre literatura infantil y la llamada
“literatura adulta”?
Frente
a eso hablo solo desde el libro-álbum, que es algo especial porque no es
escrito solo para un niño, sino para un niño y su padre; o mejor para un niño y
un adulto, que es el que le lee. Generalmente habla a ambos. También le habla
muy fuertemente al niño que está en el papá o la mamá. Los padres vuelven a
atravesar su infancia a través del hijo, el adulto experimenta entonces dos
tipos de amor: uno hacia su hijo y otro hacía ese niño que lleva dentro. Por
eso creo que es una literatura que se escribe tanto para un adulto como para un
niño. Cuando se da un contacto con el libro-álbum el niño casi siempre no ha
empezado a leer, es el adulto el que le está leyendo. Hay, también, casos en el
que el adulto lee al niño una vez y luego ese niño se acuerda y se autolee,
pero generalmente es un lazo padre-hijo, es una lectura compartida. Un buen
libro infantil también le va a hablar y a cautivar al adulto.
¿Cuál es la visión que tienes del panorama de la literatura infantil en
el país?
Yo
creo que va crecer, este campo de la creación se está haciendo muy importante.
En Colombia hay una chispa increíble que se evidencia en la cantidad de
creadores y de escritores en potencia que están apareciendo. El hecho de que
ahora haya cursos, talleres, de que las universidades por fin se abran cursos
sobre el tema, marcan esa importancia que está obteniendo recientemente. Muchas
iniciativas de Gobierno, no siempre se hacen bien, pero son la semilla de que
surjan cosas importantes en el campo de la literatura infantil. Por otro lado,
en la infancia está la semilla del intelecto del país, de la cultura del país,
de todo lo que será el patrimonio invisible e importante de nuestro país y eso
se cultiva desde lo infancia. Así que el panorama está y seguirá mejorando a
medida que hay más y más personas conscientes de la importancia de la
literatura infantil.
* “El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza”, del autor Werner Holzwarth e ilustrado por Wolf Erlbrunch.
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