Por Sebastián Alfredo Rozo Jiménez*


Tengo entendido que a sus seis años le regalaron una imprenta y así realizó su primera publicación. ¿Cree usted que ese hecho le sirvió como una motivación para escribir?

Claro que sí. Hay un hecho muy importante que olvidamos, y es que en la infancia nacen las palabras. El niño descubre cerca del primer año que las palabras son mágicas, es decir que tienen acción a distancia. De pronto dice mamá o galleta y aparece, ¿sí?, eso es magia. Y es posiblemente por ese aspecto mágico que en la infancia seguimos apreciando las palabras de un conjuro, ¿sí?, por eso es que los cuentos de hadas tienen, pues, un nicho lógico en la infancia. Es un momento en que somos más receptivos.

¿Cree usted que si esa experiencia con la imprenta hubiera ocurrido en su adolescencia o en su adultez habría causado el mismo efecto en su sensibilidad de escritor?

Posiblemente si esa experiencia me hubiera ocurrido más tarde hubiera sido un juguete banal más, pero para mí la infancia fue el momento de descubrir que me gustaba jugar con las palabras.


Aunque es usted filósofo y escritor de obras especializadas en el campo de la medicina, también es médico pediatra y escritor de libros para niños, es obvio que el amor por los niños hace parte de su vida. De acuerdo a su experiencia, diría que ¿un escritor de literatura para niños es más un adulto que analiza el universo infantil o un adulto con alma de niño?

Afortunadamente el niño que éramos a los tres, a los seis, a los nueve años no se ha ido del todo, vive dentro de nosotros. Entonces, si nosotros hiciéramos, digámoslo así, arqueología de nuestra personalidad, todos esos segmentos están allí. Entonces lo que uno hace como escritor para niños es sacar a pasear ese niño que vive en uno y volver a emocionarse. Digamos, lo más bello de la infancia es la capacidad de asombro y uno como escritor para niños la mantiene, la disfruta y la utiliza. Pero también soy un adulto que tiene un bagaje literario, que tiene otra visión de la vida. Entonces, lo que hace el escritor para niños es un eterno vaivén: vuelve a su infancia y vuelve a su mundo adulto y escribe precisamente en ese punto que es la puerta de vaivén.


En su libro La jaula familiar (1998), plantea usted la idea de que los niños se han convertido en “reyezuelos prisioneros” dentro de una familia nuclear que vive cada vez más dentro de un habitáculo mucho más pequeño, dejando fuera animales, plantas, etc.; es decir, el niño ha sido privado del poder de explorar su entorno, ¿esa idea está presente en las historias que ha escrito para los niños?

A mí ese tema me apasiona porque, aun más, ahora con el computador, las tablets y todos esos recursos tecnológicos, cada vez, no solamente el niño, el adulto también, se está volviendo como encerrado en su medio domiciliario, y explora menos el mundo exterior. Se dice que en los últimos doscientos años el hombre cada vez se ha vuelto más doméstico, entonces vamos perdiendo esa relación con el exterior. Y me parece que es un punto importante que los niños la recuperen, por ejemplo que hagan deporte al aire libre, que exploren la naturaleza, que se admiren de los pájaros, de las plantas, y en el fondo un poquito busco en mis libros volver a relacionarnos con el entorno. No me gustan muchas veces tanto los relatos solo de diálogo interior, sino que también me interesa la naturaleza. Eso puede verse en algunos de mis libros, por ejemplo la serie de aventuras es casi geografía de este país, habitada por dos niños inquietos. Pero no, definitivamente mi alma de viajero se traduce en mis libros porque el mundo exterior me importa mucho.

En algunas de sus obras la violencia, el desplazamiento y el desarraigo están presentes con cierta regularidad. ¿Por qué tocar estos asuntos para un público infantil?

Porque yo pienso que el mundo, el corral de la infancia, ha caído; que el mundo del niño y el mundo del adulto son el mismo, y que lo que el niño hace es leer desde su, llamémoslo así, desde su estatura, desde sus capacidades el mismo mundo que está ocurriendo. Entonces me parece, no solamente conveniente, indispensable que le hablemos al niño de todo lo que hemos sacado de su mundo, por ejemplo ya no nacemos ni morimos en casa, la enfermedad no ocurre en casa sino en un hospital, así sucesivamente, todas las cosas, el mundo del niño lo habíamos simplificado mucho y ahora hay toda una tendencia a volver a meter en el mundo del niño, por ejemplo la sexualidad y otros tipos de temas que habíamos sacado. Pero es un propósito fusionar el mundo del niño y el mundo del adulto, y aún más, yo espero que me lean no solamente los niños sino los adultos y que cada cual haga una lectura paralela del relato.

¿En qué experiencia se basó para escribir El mordisco de la medianoche?

El mordisco de la medianoche es un relato de una niña desplazada que vive en La Guajira; escogí La Guajira porque los guajiros aman su tierra, su cultura, sus tradiciones, y me pareció que el prototipo de un niño desplazado, el paradigma, podría ser una niña guajira que tuviera que venir a la gran ciudad. Esa historia me venía rondando por la cabeza mucho tiempo, pero no salía. Pero en el año 2008 viajé a La Guajira, el encuentro con ese mundo me disparó a escribir el relato. De tal forma que ese relato para mí en este momento es casi mi obra más emblemática, me alegra mucho que esté en veinticinco mil sitios de lectura pública de este país, y que toque una temática actual, me interesa en especial lo siguiente: los guajiros tienen una institución que es el palabrero, es decir un individuo especializado en arreglar conflictos por medio del diálogo, entonces yo pienso que eso es un recurso que nosotros tenemos en estos momentos de reconciliación y de perdón; necesitamos aprender a resolver nuestros conflictos por medio de la palabra.

¿Considera que la literatura infantil tiene el deber de enseñar?

Negativo totalmente. Digamos la literatura infantil cuando nació era pedagocijante, posteriormente se volvió moralizante, queríamos enseñar, y también enseñar buenas maneras a los niños por medio de la literatura, pero en los últimos cincuenta años hay un rechazo absoluto de esas dos tendencias. La literatura es ante todo un relato, una narración, y mi obligación como escritor es que la narración ojalá sea todo lo más fuerte posible, todo lo más completa posible para crear un mundo alternativo. Ahora, que si uno enseña, pues bueno, habrá cosas nuevas para los niños, por ejemplo en  literatura de viajes, o que los personajes tengan un tipo de comportamiento, un código ético, y posiblemente el niño lo va ver, pero no es de ninguna manera el objetivo primordial de escribir literatura para niños. 


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*Sebastián Rozo es escritor, cantautor y docente. Ha publicado los libros Poemas de ocaso (2004) y Apología a un país de mierda (2004). El libro de cuentos Ella se llama María Elena es su más reciente producción. Es diplomado en creación narrativa de la Universidad Central y egresado del Taller de Escritores (TEUC) de la misma universidad en 2006. Actualmente cursa la carrera de Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia. Su obra ha sido reconocida en certámenes literarios como el Concurso Internacional de Poesía Eduardo Carranza y el XXVII Premio Nacional de Cuento Universidad Externado de Colombia, entre otros. Artículos e investigaciones suyas han sido publicadas en diversos medios de comunicación.



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